Por Miguel A. Kiguel para El Cronista
Luego de una primera etapa en la que el programa económico logró con éxito evitar caer al precipicio, los desafíos que enfrenta la economía son diferentes, aunque no menos importantes, y pareciera que el Gobierno todavía no les encontró la vuelta.
La primera etapa fue exitosa y funcionó como un reloj suizo de precisión. La base del programa fue el impresionante ajuste fiscal que terminó en sólo un mes con un déficit fiscal que era del 5% del PBI. La licuadora fue fundamental, y funcionó como tantas otras veces en nuestra historia utilizando la inflación para que haga el grueso del ajuste. Fue esencial para licuar jubilaciones y otros gastos corrientes del Estado, aunque también ayudaron las bajas en las transferencias a las provincias y en la inversión pública. La suba del impuesto país también ayudó y sirvió para proteger en parte las reservas del Banco Central.
El ajuste inicial tuvo resultados contundentes y rápidos. Apoyándose en el déficit cero, la inflación bajó rápidamente de 25% en diciembre a 4,2% en mayo y para octubre ya estaba en el 2,7% mensual. También bajaron fuertemente la brecha cambiaria y el riesgo país. Junto con la eliminación de los controles de precios, la gradual flexibilización de los pagos de importaciones, sumadas a algunas de las reformas que implementó “el coloso” Federico Sturzenegger, el país fue dejando atrás una economía completamente disfuncional para avanzar hacia otra mucho más razonable.
Para fin de 2024 el país era otro, porque además de todos esos logros la economía se estaba recuperando en forma de V y la pobreza había caído desde la estratósfera al 38% de la población, un número que seguía siendo alto, pero con signos de mejoría que daban algo de alivio. Por el lado monetario lo más importante fue que el Banco Central dejó de financiar al Tesoro. Pero la emisión monetaria siguió, principalmente dando liquidez a los bancos para que puedan aumentar el crédito. El aumento en la base monetaria no vino de la compra de reservas sino del crédito doméstico, como explicó muy bien Luciano Laspina.
Pero el programa seguía teniendo una gran debilidad, su tendón de Aquiles, que era un flojo nivel de reservas, que se mantenían en terreno negativo, creando una importante vulnerabilidad que mantenía la dependencia del FMI para fortalecerlas.
Lo cierto es que después de la primera etapa viene la segunda, en la que se pasa de la motosierra y la licuadora, al bisturí y el exprimidor. Tal vez no sea tan desafiante, porque adelante no está el precipicio, pero es igualmente difícil porque ahora la pelea es cuerpo a cuerpo, los avances no son tan espectaculares y por momentos se sufren retrocesos.
El centro de la pelea está ahora en la inflación, donde el Gobierno concentra todas sus municiones. La estrategia antinflacionaria sigue siendo utilizar al tipo de cambio como ancla nominal, con la idea de que como en la tablita de José Alfredo Martínez de Hoz, sirva para anclar expectativas. El problema es que la mejora en la inflación se va logrando a costa de atraso cambiario. El talón de Aquiles de este tipo de estabilización es que en algún momento hace falta una estrategia de salida, lo que los gobiernos nunca quieren hacer. Pasó con las tablitas de los ‘70 en la Argentina, Chile y Uruguay, con la Convertibilidad, con el Austral, con el Tequila en México, con Brasil en 1999 y con tantos otros programas que se hicieron en países emergentes en los que al final hubo un salto en el tipo de cambio.
No sabemos si esta vez será diferente, pero el Banco Central necesita reservas y con la crisis financiera internacional difícilmente vengan del sector privado. El cepo cambiario sigue siendo una luz amarilla para que vengan nuevas inversiones, y el dólar blend es un obstáculo para que el Banco Central compre dólares en el mercado oficial, ya que el 20% de las exportaciones se venden en el contado con liqui.
La solución clásica, y la que prefiere el FMI en casi todos estos casos es adoptar un régimen cambiario más flexible y con un único tipo de cambio. El problema es que la Argentina es una economía dolarizada y los saltos en el tipo de cambio se trasladan más a precios que en otras. Lo que se conoce como passthrough en México o Brasil es prácticamente nulo, mientras que en la Argentina ronda entre 20% y 30%, si la depreciación se hace con un programa.
El Gobierno quiere calma en el mercado cambiario antes de las elecciones, porque teme el riesgo de un pequeño rebrote inflacionario y de perder parte de su capital político. Un aumento en la inflación es mala noticia antes de las elecciones. La Argentina quiere los dólares del FMI para mantener las políticas actuales, no para cambiarlas. Y ese es el eje de la discusión, que por lo visto no está saldada.
¿Quién ganará la pulseada? La Argentina necesita la plata, pero la quiere con muy poca condicionalidad y para eso busca el apoyo de Estados Unidos. El viaje del Presidente Javier Milei a Miami podría haber sido una oportunidad, pero ni siquiera consiguió una foto. Por otro lado, el FMI está curado de espanto con promesas incumplidas a lo largo de los años y de programas que terminaron en crisis. Sólo daría plata contra una flexibilización del régimen cambiario y la promesa de muy poca intervención en el mercado cambiario.
Sigue habiendo un final abierto, la moneda está en el aire y no se sabe si Donald Trump puede inclinar el resultado. Pero a pesar de la incertidumbre, esta vez algo parece diferente, principalmente que la economía está mucho más sana que en otras oportunidades y que el problema se circunscribe a reservas y tipo de cambio, mientras que lo fiscal y la deuda no están bajo sospecha. La mala suerte, es que todo se negocia en medio de una crisis internacional cuyo final es más difícil de predecir que la pulseada entre la Argentina y el FMI.