Miguel Kiguel para El Cronista
La licuadora y la motosierra fueron los pilares de la primera etapa del plan Milei-Caputo que permitieron lograr el equilibrio fiscal que es la base del ajuste macroeconómico y el ancla del programa. No hay duda de que este ha sido el principal logro del gobierno, que sorprendió al mundo financiero y hasta al FMI, que a veces parece decir no hacía falta ir tan rápido en la reducción del déficit.
Los primeros cinco meses fueron música para los oídos del gobierno. La inflación, que subió al principio como resultado de la devaluación, los aumentos de tarifas y el sinceramiento de precios, luego fue bajando más rápido de lo que se esperaba. Todavía no encontró un piso. El Banco Central viene comprando dólares consistentemente desde diciembre (unos u$s 15.000 millones en lo que va del mandato) lo que ha permitido un importante aumento en las reservas, al mismo tiempo que ha logrado una fuerte reducción de la brecha cambiaria y ha mantenido el tipo de cambio paralelo planchado.
Los pasivos remunerados se han licuado con la inflación, un objetivo prioritario para Javier Milei, y además se logró contener la potencial demanda de dólares por deudas de importadores y empresas que querían girar dividendos al exterior. Si al principio había un exceso de pesos, ahora parece un tema superado.
Se sumó además la confianza que generó el ajuste fiscal que se reflejó en una fuerte baja del riesgo país. Se redujo en casi 1.000 puntos desde que ganó Milei, acompañado de un rally en los precios de las acciones.
Pero no todo ha sido color de rosa. Estamos viviendo una fuerte recesión, sólo comparable con las de la pandemia y la del fin de la convertibilidad. También vemos una enorme caída del salario real y de las jubilaciones que le están pegando a gran parte de la población. Lo llamativo es que a pesar de estas malas noticias Milei sigue manteniendo una imagen positiva muy alta, lo que muestra un amplio apoyo a un programa que, aunque duele, genera esperanza.
Pero esta primera etapa, con sus muchas luces y pocas sombras está llegando a su fin. Esto se debe a que la licuadora ya ha hecho el grueso del trabajo (queda poco por licuar) y la motosierra ya hizo lo suyo.
Ahora aparecen los desafíos de la segunda etapa, llegó el tiempo de la sintonía fina, del análisis sobre qué baja de gastos queda y cuales habrá que revisar. Seguramente los jubilados tendrán que recuperar algo de lo perdido, alguna inversión pública habrá que hacer al igual que transferencias a provincias. En lo fiscal habrá que pensar más en la sostenibilidad y la equidad que en la motosierra que no distingue la paja del trigo.
Al mismo tiempo está la necesidad de terminar con el cepo, algo que el gobierno se comprometió a desarmar desde el primer día, pero que a cinco meses de haber comenzado su gestión sigue casi inalterado. El gobierno argumenta que se necesitan más reservas (lo cual es entendible y posible) y más licuación de pasivos remunerados del Banco Central (antes eran las leliqs, ahora son los pases), lo que parece difícil hacer con estas tasas de inflación más bajas.
Lo cierto es que difícilmente haya un momento ideal para sacar el cepo y en el que el gobierno se sienta cómodo. Siempre algún riesgo habrá que tomar. Por otro lado, se podría argumentar que el momento es ahora, porque la brecha cambiaria es baja (aproximadamente 25%) a pesar de que la tasa de interés de política monetaria ha bajado a sólo 50% anual, lo que luce poco atractiva respecto de la inflación. Tal vez lo que le preocupa al gobierno es que pasaría con la tasa de interés y el CCL si no hubiera cepo y no existiera la posibilidad de liquidar parte de las exportaciones al contado con liqui (CCL). A ciencia cierta no se sabe, pero lo más probable es que el mercado pediría una tasa de interés que estuviera por encima de la inflación y un CCL más alto.
Además, existe una segunda pregunta relevante de una economía sin cepo, y es que no sabemos cual va a ser el régimen cambiario una vez que se lo saque. ¿Seguiremos con el crawling peg actual con una depreciación del 2% mensual o algo parecido? ¿Se adoptará un régimen de flotación sucia en el que el Banco Central deje flotar, pero intervendrá cada tanto para evitar fluctuaciones bruscas en el tipo de cambio? ¿Optará por un sistema de bandas cambiarias poniendo un techo y un piso a la flotación cambiaria como alguna vez hicieron Chile o Israel para bajar la inflación? O tal vez, aunque improbable, se vaya a una dolarización, que por el momento parece olvidada pero que puede reflotar.
Por último, y no menos importante, empieza a haber preguntas respecto de cuándo y como será la reactivación de la economía. Muy probablemente marzo fue el piso de la recesión y ya vimos números mejores para varios sectores en abril. Pero mejores no significa buenos. Y pareciera que las chances de la famosa “V” son efímeras, porque factores que ayudaron a salir de la crisis del 2001 como un tipo de cambio real alto, o el boom de los precios de la commodities o una fuerte entrada de capitales en los próximos meses no parecen estar a la vista. Y no hay que olvidar que el mantenimiento del cepo también le pone un freno a la recuperación. Es cierto que el aumento del crédito ayuda, pero con la licuadora quedó reducido a una cifra insignificante.
Hay indicios de que la primera etapa está llegando a su fin y que la segunda etapa requiere una sintonía fina. El rally en los precios de los bonos y las acciones está encontrando un techo, las reservas siguen subiendo, pero no como al principio a pesar de que estamos en pleno período de cosecha. El gobierno ahora interviene para postergar subas de precios y así poder mantener la baja de la inflación. Y surgen cada vez hay más preguntas sobre el tipo de cambio, sobre porqué el gobierno no va desarmando el cepo.
Está claro que el inicio de la gestión fue exitosa y que los mercados y la población le vienen dando un voto de confianza al gobierno. Ahora se está entrando en una segunda etapa que requieren menos licuación y más sintonía fina, menos motosierra y más bisturí.