Hay que pasar la primavera

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Columna de opinión en Seúl – Por Andrés Borenstein
 
A Sergio Massa le habría convenido que Juntos por el Cambio fuera la fuerza más votada en las primarias del domingo pasado. Esto era lo que más o menos esperaba el mercado y, además, un resultado que no parecía imposible de dar vuelta y que le dejaba una economía inestable y con problemas gigantes, pero Disney al lado de lo que pasó finalmente. La lógica de este razonamiento es que, con mercados más estables (el dólar blue 150 o 200 mangos más abajo) e inflación mensual alta pero de un dígito habría sido más fácil encarar la campaña e intentar la hazaña de ganar una elección en medio de esta locura. El mercado es cambiemita y, por lo tanto, empezaría a ponerle precio a un cambio de régimen y eso generaría mejor onda en la economía.
 
Es cierto que la devaluación la tenía que hacer igual. Por más que Malena diga que Sergio se pone “picante” con los muchachos del FMI, lo cierto es que hasta que ocurra el desembolso, el Fondo tiene la sartén por el mango (y el mango también, como decía María Elena Walsh). Ya no le creen a Massa. La pregunta es por qué le creyeron la primera vez, pero eso es otra discusión. Ahora Massa tuvo que devaluar para asegurar el desembolso, con la visión correcta de que sin esa plata la Argentina volcaba y la situación sería aún peor que la que tenemos hoy.
 
Así que ahora hay que hamacarse con la famosa “devaluación sin plan”. Pasó lo que suele pasar en este tipo de eventos: los precios suben rápido y los efectos en el tipo de cambio real son efímeros. Los consultores económicos tenemos pronósticos de entre 11% y 14% de inflación para agosto y septiembre. La remarcación fue instantánea, pero quizás no pase de ahí, porque el Gobierno se comprometió a dejar el tipo de cambio fijo hasta las elecciones, lo que implica que la inflación se va a comer toda la devaluación (y más) en menos de dos meses. Esto es interesante, porque la mayoría de los economistas prevemos un tipo de cambio oficial de 350 pesos en octubre, pero con menos inflación de la que vamos a tener. Es decir que, si el Gobierno cumple su promesa, el tipo de cambio en octubre estará más atrasado que antes de las PASO. Peor herencia para el próximo Gobierno o más devaluación el 23 de octubre: sucundún garantizado.
 
Para muchos veteranos del sistema financiero lo de esta semana tuvo olor a 6 de febrero de 1989, el día en que, al final del Gobierno de Alfonsín, el Banco Central tiró la toalla y el dólar pasó de 6 australes a casi 20: el principio veraniego de lo que terminaría en una hiperinflación invernal. No estamos en condiciones de descartarlo, pero tampoco da la sensación de que vayamos por ahí. Ni el déficit, ni la monetización, ni el nivel de inflación está tan fuerte como para pensar que la híper es una situación probable. Habrá, sí, una primavera movidita.
 
Una de las preguntas del billón –un millón de pesos ya tiene gusto a poco– es si el Gobierno podrá mantener el tipo de cambio oficial en $350. Si esto es el comienzo de un espiral, la híper puede venir. Si el Gobierno consigue mantenerlo dos meses, será muy difícil que la inflación se espiralice. El mercado de futuros le cree a full al Gobierno de acá a fin de mes, pero no tanto a fin de septiembre. Las operaciones de dólar futuro para entonces estuvieron en estos días entre $378 y $390: esto quiere decir que hay gente vendiendo dólares dentro de 45 días confiando en Massa con la esperanza de ganar entre $28 y $40 por dólar; y otros comprando, jugándose a perder esos $28 o $40 o a ganar mucho más si el Gobierno pierde el control.
 
¿Va a perder el control? No sabemos. Hay una chance importante de que llegue a octubre sin volver a devaluar. La lógica es la siguiente: ahora todo el mundo está liquidando exportaciones, porque con tipo de cambio fijo y tasa efectiva de 209%, esperar es un costo de oportunidad altísimo. Liquidar esa exportación dentro de un mes te rinde los mismos pesos, pero te perdés 10 puntos de rendimiento para esos pesos. Esto hace que el Banco Central recupere algunos de los 20.000 millones de dólares que lleva perdidos en el año. A esto se suma que de los 7.500 millones de dólares que traerá el FMI se va a poder quedar con algo. Obvio que primero tienen que pagarle a Qatar, a China, a la CAF – Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe, y guardar algo para los vencimientos del FMI de septiembre, octubre y noviembre, pero digamos que recupera unos 2.200 millones. ¿Alcanza? Pueden llegar a alcanzar a octubre, con suerte. Seguiremos con reservas negativas. Contra eso no hay mucho para hacer. Obviamente esta situación hace que los intentos de dolarización sean extremadamente difíciles.
 
INCENTIVOS DEL CANDIDATO
Como candidato, Massa tiene el incentivo a no devaluar más. Aun pensando que pierde la elección nacional, si el Gobierno quiere tener una chance en la provincia de Buenos Aires y buscar una representación legislativa relevante (iba a decir digna, pero la dignidad es otra cosa), no hacer más olas es el lógico camino a seguir. Por eso creo que van a hacer todo para aguantar el dólar en $350: cortarán las importaciones si es necesario, pero van a llegar. Esto implica toda clase de problemas en las cadenas de suministros, y que las empresas te digan cosas como “tengo insumos para cuatro días de producción” y cosas por el estilo. No puede ser bueno para la economía.
 
Ahora bien, la inflación parece tener un piso de 12% en agosto y, dado que la inflación es un promedio, muchas de las subas de la segunda mitad del mes pegarán a full en septiembre. Es decir que la probabilidad de que la inflación sea de un dígito de acá a fin de año se circunscribe, en un escenario optimista, a octubre. Obviamente hay otros escenarios.
 
Todo esto hace suponer que, con mayor impuesto inflacionario, la principal víctima será el ingreso de las personas. Y con eso se va a ajustar el consumo. Si sumamos un mayor costo financiero, cierto delay de los bancos para aumentar los límites de las tarjetas y la desaparición de las cuotas, la cosa se va a poner peliaguda. A esto se agregan los inmensos problemas en las cadenas de abastecimiento que hacen que haya productos en góndola.
 
El Gobierno reaccionará como pueda. Intentará acuerdos de precios, atisbos de “plan platita” y una serie de anuncios que van a influir muy poco en la actividad económica, pero le darán photo opportunities al ministro-candidato. Y la prensa amiga necesita algo de materia prima para poder seguir empujando el carro. ¿Servirá para sumar votos? Probablemente no, pero no tiene mucho más que hacer y no pierde nada intentándolo.
 
EL FACTOR MILEI
A pesar de sus posiciones market friendly, la posibilidad tangible de que Milei sea el próximo presidente genera problemas para la economía, porque genera incertidumbre. El mercado penaliza lo que no conoce. Y si bien alguien puede pensar que con Milei desaparecería el riesgo de programas sin sentido como Precios Justos, estatizaciones o este sistema soviético de importaciones, lo cierto es que nadie sabe cómo funcionaría en la práctica el Planeta Milei. Por ejemplo, la mera posibilidad de que de verdad quiera dolarizar la economía lleva el dólar a un valor mucho más alto.
 
Milei genera dudas, además, por la implementación de sus políticas. Lo primero es la gobernabilidad: con cero gobernadores, sin apoyo sindical, menos del 15% de las cámaras del Congreso, es natural que la gente piense que la corporación política le hará la vida imposible. La amenaza de gobernar por plebiscito vale poco y nada. La Constitución sigue diciendo que las leyes necesitan el ok del congreso.
 
El segundo punto de duda para el mercado es que el candidato libertario carece de equipos técnicos robustos como sí tienen los partidos tradicionales. Uno de los activos de JxC es que sus equipos ya pasaron por la gestión pública y aprendieron lo que hay que aprender. Pueden volver mejores, si cabe el término. Entonces puede darse que la capacidad de delivery del plan de Milei sea muy inferior a la de JxC. Milei tiene una comunicación más efectista mientras borra ministerios enteros al aire en La Nación+, pero luego sus referentes reconocen que no tienen la capacidad para bajar cinco puntos de gasto público el primer año.
 
Este razonamiento es más del círculo rojo que de los votantes. Lo importante para entender la situación económica es qué hace la gente con los pesos. Y da toda la sensación de que la creciente probabilidad de Milei presidente generó algo en quienes tienen pesos. Esta semana se llego a pagar casi $800 por dólar, lo que implica un valor mayor al de julio de 2022, cuando Guzmán renunció por Twitter, aunque inferior al de octubre de 2020, la primera crisis cambiaria del Gobierno. Este es un número de pánico, que está arriba de los cuatro pesos por dólar que enfrentó Lavagna en junio de 2002.
 
En las próximas semanas habrá que auscultar dos temas importantes. Lo primero, lógicamente, es entender cómo evoluciona la intención de voto. Lo segundo, ver si a Milei lo agarra el “efecto Baglini” y empieza a moderar sus posturas y a engrosar sus equipos técnicos con gente que lleve más tranquilidad al tenedor de pesos. Si esto ocurriera, se podría pensar que el approach de Milei es, en efecto, una versión del programa de JxC, que también tiene una política de shock con equilibrio fiscal primario y un fuerte cambio de precios relativos (en castellano: devaluación). Pero para eso falta una eternidad. Como diría un viejo ministro de Economía: ¡hay que pasar la primavera!
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