Mitos y realidades de la deuda en pesos

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Por Miguel Kiguel en El Cronista
 
El gobierno está haciendo malabarismos con el famoso plan aguantar para llegar a las elecciones sin que la economía tenga un sacudón, ya sea del tipo de cambio por falta de reservas, ya sea por la deuda doméstica o por la inflación. Por supuesto que hay muchos más temas que preocupan, pero estos son los más urticantes. Como en el 2015 el nuevo gobierno asumirá un país con grandes desajustes, y el gran desafío será encontrar un camino que nos saque del pantano, y que en lo posible sea sin grandes sobresaltos.
 
Dentro de estos temas, la deuda tomó el centro de la escena a partir de que la oposición lo puso sobre la mesa, argumentando que es una bomba de tiempo. Es cierto que a partir de mediados del año pasado el gobierno viene enfrentando dificultades para refinanciar la deuda en pesos, en gran medida porque todos nos preguntamos qué puede pasar con esa deuda a partir del 10 de diciembre, cuando con un nuevo gobierno cambien las reglas de juego.
 
Casi todos los países tienen deuda en su moneda, pero casi ninguno tiene problemas para pagarla. No es que tengan superávit fiscal para hacerlo, si no que la refinancian en el mercado emitiendo nueva deuda. EE.UU., Brasil, Colombia, Uruguay y tantos otros lo hacen, porque a lo largo de los años han generado credibilidad. No hace falta que tengan superávit fiscal, sólo necesitan que la gente crea que de ser necesario lo van a generar. En general las deudas no se pagan, se refinancian.
 
Argentina juega en otra liga, en la que deudas que son muchas veces pequeñas generan grandes problemas. La deuda pública nacional (del Tesoro) en manos del sector privado representa unos 7.0 billones de pesos, menos del 5% del PBI, el resto está en manos del sector público que es esclavo de lo que le diga el gobierno y que refinancia a la tasa y el plazo que le ordenen. ¿Puede ese monto que es pequeño para cualquier estándar internacional poner en jaque la estabilidad macroeconómica? Pareciera que no, pero estamos en el país en el que todo es posible.
 
Además de la deuda del Tesoro está la del Banco Central, los famosos pases y leliqs, que es bastante más grande y ronda los 11 billones de pesos. Tiene la ventaja de que es menos volátil porque la tienen los bancos, pero tiene el riesgo de que si se habla de hacer cualquier cambio en sus condiciones generaría una corrida bancaria. Pareciera que hay consenso en que esa deuda no se toca.
 
Entonces es difícil entender de qué se habla cuando se menciona que la deuda es insostenible. El verdadero problema no es ese, sino que la economía argentina está llena de desequilibrios que en algún momento hay que corregir para que deje de ser una economía disfuncional. La gran pregunta es quien le pone el cascabel al gato.
 
El foco se ha puesto en la deuda, pero alguien duda de que el tipo de cambio es insostenible, o alguien piensa que se puede vivir con una brecha del 100% entre el dólar oficial y paralelo. La experiencia muestra que estas situaciones terminan en devaluación, con efectos sobre la inflación, el salario real y probablemente la pobreza. Lo mismo podríamos decir que son insostenibles las tarifas, el déficit fiscal, el cepo y tantas otras variables económicas que hoy están dislocadas.
 
Dar respuesta a cualquiera de estos temas para que la economía sea funcional y vuelva a crecer requiere de esfuerzos mayúsculos y de un plan económico integral con amplio respaldo político. Argentina necesita un cambio de régimen como lo hicieron países que lograron revertir crisis económicas que ataque en forma simultánea los grandes desequilibrios de la economía, y que requiere una drástica y rápida reducción del déficit fiscal, un plan para bajar lo más rápido posible la inflación y reformas para restablecer el crecimiento. Es lo que hizo Israel en 1985 y tantos otros países después de las hiperinflaciones en Europa después de la primera guerra mundial.
 
Por ahora la economía funciona con respirador artificial. La deuda se refinancia y seguramente este gobierno lo seguirá haciendo gracias al cepo cambiario, que en la práctica es un corralito para los pesos. Mientras éstos se queden en el corralito y no le puedan comprar dólares al Banco Central los inversores tendrán que elegir entre bonos, letras del Tesoro, plazos fijos y no mucho más. Es fácil refinanciarse en el corralito, y por lo tanto no se espera un reperfilamiento con este gobierno. El problema va a aparecer cuando se quiera sacar el cepo, que obviamente en algún momento habrá que hacerlo.
 
Buscar una salida para la deuda es central porque el país necesita crédito, tanto en el mercado local como en el internacional para poder crecer. Cuando se habla livianamente de que la deuda es insostenible lo primero que viene a la mente es una posible restructuración, que sin duda sería un grave error. Argentina ya tiene un prontuario de incumplimientos y esto sería un golpe de gracia para el desarrollo del mercado de capitales. Y sería un error mucho más grande si lo único que se restructurara fuera menos del 2 por ciento del PBI (suponiendo que no se reperfila lo que tienen los bancos). Ese monto sería irrelevante para calcular la sostenibilidad de la deuda.
 
Es cierto que si se saca el cepo es muy probable que las tasas de interés suban, y por lo tanto subirían los déficits del Tesoro y del Banco Central. Pero la solución no es reperfilar, es que haya mayor ajuste fiscal y mostrar un programa económico integral, creíble y con apoyo político y no buscar atajos que siempre terminaron mal.
 
En resumen, ¿la deuda doméstica es mito o realidad, es una bomba de tiempo o es pagable? Sin duda es una amenaza que le va a complicar el manejo económico al próximo gobierno y que requiere una estrategia para alargar plazos a tasas de interés razonables. Pero no es impagable ni insostenible. La clave es poder refinanciarla y para eso tiene que haber credibilidad, que hoy no hay. El tamaño no es particularmente grande, pero obvio que sin un programa es inviable.
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