No será fácil, ni rápida, la salida de esta crisis

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Una vez más estamos frente a un desafío enorme para superar una coyuntura económica compleja. Luego de una década de recesión y estancamiento el país enfrenta una necesidad imperiosa para sacar a la economía adelante y revertir un nivel de pobreza que ya supera al 40% de la población. Y para complicar las cosas aún más, estamos bajo el efecto de la pandemia. Para enfrentar este desafío, el Gobierno cuenta con un menú muy limitado de instrumentos de política económica porque no hay reservas para asegurar la normal importación de insumos, mientras que se le hace cada vez más difícil al Banco Central financiar el déficit fiscal sin generar riesgos de que se escape la inflación o aumente el stock de Leliq y amenazar la sostenibilidad de la deuda.

Muchos tienen la esperanza de que la economía pueda tener una salida rápida como después de la crisis del 2001. Pero no va a ser tan fácil. Si bien la crisis de 2001 fue mucho más profunda, con niveles de pobreza que llegaron al 55% de la población, una tasa de desempleo del 25% y con una caída del producto más fuerte que la actual. Pero, así como la crisis fue dramática, la salida fue más rápida de lo esperado. ¿Qué factores ayudaron a que se pudiera superar la crisis? En primer lugar, la fuerte devaluación del peso, cuando el tipo de cambio pasó del uno a uno de la convertibilidad a 3,5 pesos por dólar y con un tipo de cambio único, lo que favoreció (sin cepo) el funcionamiento de la economía.

La devaluación le dio un fuerte estímulo a las economías regionales y a las exportaciones, generó una invasión de turistas que aprovecharon la coyuntura y le dio un impulso a la construcción, aprovechando que los costos en dólares se habían desplomado. En esa oportunidad, el traspaso de la devaluación a precios y salarios fue muy acotado. El IPC subió 40% en el 2002 y sólo 3% en el 2003, principalmente porque el país venía de una década de estabilidad y no había mecanismos de indexación de precios y salarios formales o informales. La devaluación y la inflación mejoraron notablemente las cuentas fiscales y externas, con lo que la economía rápidamente pasó a tener los famosos superávits gemelos que le permitieron al Banco Central acumular reservas. ¡El Tesoro no necesitaba emitir deuda! Por el contrario, con los pesos que tenía compraba dólares y se los transfería al BCRA, justo al revés de lo que pasa ahora. Al mismo tiempo, había una demanda enorme de pesos, especialmente de gente que no quería dejar la plata en los bancos, lo que le permitió al Central comprar dólares en el mercado sin preocuparse por la posibilidad de que se fueran a inflación, porque créase o no, la gente los demandaba.

Esta rara combinación de superávits fiscal y aumento en la demanda de pesos generó una fuerte suba en las reservas internacionales y gracias al tipo de cambio super-alto aumentaron fuertemente las exportaciones lo que a su vez permitió financiar el gran crecimiento de las importaciones. Aunque el país seguía en default, los superávits gemelos hicieron que sobraran dólares para financiar el crecimiento. Hay dos factores adicionales que ayudaron durante esos años. Primero, las condiciones internacionales mejoraron significativamente, tanto los precios de nuestras exportaciones gracias a la mayor de demanda de China como las financieras, con la baja de las tasas de interés en EE.UU. Segundo, y a pesar de que se pesificaron y congelaron las tarifas, la economía se benefició de un “excedente” de infraestructura que le dio al espacio necesario al crecimiento sin necesidad de inversiones adicionales.

¿Puede ahora haber una recuperación similar a la salida de la crisis de 2001? Difícil, porque si bien la crisis es menos profunda que la de 2001, la economía enfrenta más restricciones. El déficit fiscal abultado, la tasa de inflación que ya es muy alta, y un exceso de pesos que en cualquier momento les ponen más presión a los precios, una brecha cambiaria que complica la entrada de capitales, una infraestructura que necesita de nuevas inversiones y reservas internacionales que son escasas y no dan muestras de mejorar. Si bien el tipo de cambio no está atrasado desde una perspectiva de mediano plazo, dista de estar super alto que ayudó a salir de la crisis. Es cierto que el país no está en default, pero sigue sin tener acceso al mercado de capitales y con un riesgo país de una economía en default. Sin financiamiento no hay espacio para implementar un estímulo keynesiano fiscal y monetario similar al del 2002. Al mismo tiempo tampoco el Banco Central tiene capacidad de comprar reservas porque todos los pesos que emite van a financiar al Tesoro. La única salida para aumentar reservas parecería ser un nuevo préstamo del FMI o de algún otro organismo, pero eso no está bajo consideración. ¿Cómo se puede recuperar rápidamente el crecimiento sin reservas, sin espacio para hacer políticas de estímulo, con inflación y brecha cambiarias que no ceden y con un entorno internacional que puede mejorar, pero que difícilmente alcance para restablecer el crecimiento? Seguramente habrá un rebote con el relajamiento de la cuarentena. Pero para bajar la pobreza y volver al crecimiento de largo plazo hoy el camino pasa por recuperar la confianza de los empresarios, los inversores y los consumidores. O sea, con políticas monetarias, fiscales, tributarias y regulatorias que despierten lo que Keynes llamó los “animal spirits”, que no es otra cosa que volver a apostar al país.

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