Vienen meses difíciles por el sinceramiento de precios y del tipo de cambio

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Por Miguel Kiguel para Clarín

Otra vez la Argentina está al borde una crisis. Es cierto que hace mucho que estamos con inflación, sin reservas, con un tipo de cambio insostenible, con una brecha descomunal, con un déficit fiscal infinanciable y con un riesgo país que anda en la estratósfera. Pero llegó el momento crítico, en el que el resorte está por soltarse y el desafío es adivinar cuán alto va a saltar y cómo nos va a afectar a todos.
 
El Gobierno viene reprimiendo la inflación recurriendo a un tipo de cambio atrasado, Precios Justos, tarifas pisadas y presiones sobre las empresas, pero la situación es insostenible y los precios se han desbocado en noviembre, ni bien Massa soltó el resorte. Y todavía faltan otros ajustes, que vendrán en diciembre y enero.
 
Mirando en el espejo retrovisor de otras crisis, la situación actual tiene semejanzas con el período anterior al Rodrigazo, con algunos elementos de lo que heredó Macri en 2015. El único consuelo, si es que hay alguno, es que no se parece a 2001, porque no se ven problemas en los bancos, con lo que los depósitos están a salvo y, con un poco de muñeca (y en eso Toto Caputo ayuda mucho), tampoco va a ser necesario restructurar la deuda.
 
O sea, el mayor riesgo es una estampida inflacionaria, pero no parece una crisis financiera. Es importante porque de las primeras se puede salir relativamente rápido una vez que se ha logrado el reacomodamiento en precios relativos, mientras que recuperarse de una crisis financiera puede llevar años, que es lo que se requiere para restablecer el crédito.
 
Un tema clave es qué pasará con la inflación. ¿Vamos a una híper, a una estanflación o a qué? Mucho va a depender de que se haga un programa económico consistente e integral, y en particular con el diseño de las políticas monetaria, cambiaria y fiscal. Sabemos que una devaluación sin plan está condenada al fracaso y que lo único que genera es una espiral de precios, dólar y salarios que termina mal.
 
Pero hay experiencias exitosas de devaluaciones. El mejor ejemplo es la salida de la convertibilidad, cuando el tipo de cambio saltó de $1 a $3,50, o sea una devaluación de 250%. En ese caso, la inflación solo subió a 40% en 2002, y bajó a 3% en 2003. La razón es que hubo una severa contracción económica que frenó las subas de precios y también hubo un significativo superávit fiscal, uno de los más grandes nuestra historia.
 
Como decía Mafalda, es difícil hacer predicciones, especialmente cuando se trata del futuro. De cualquier manera, se pueden analizar distintos escenarios. Por empezar, lo más probable es que no vayamos a una híper. En general las hiperinflaciones ocurren es países devastados por la guerra (Alemania en 1922), o por fuertes shocks externos (Bolivia 1985) o precedida por muchos años con inflación de dos dígitos como (Argentina y Brasil en los 80). Hoy la economía está mal, pero no descontrolada.
 
La segunda alternativa es una inflación alta, crónica, pero no fuera de control. Es el escenario de Argentina a principios de los 80. Era un escenario muy probable si ganaba Massa, pero implicaba un plan económico pobre, sin reformas estructurales, con precios distorsionados y sin el ajuste fiscal que promete Milei. Tampoco parece el escenario más probable para lo que viene.
 
¿Entonces estamos destinados a la estanflación, que es una combinación de inflación alta y estancamiento económico? En gran medida es lo que venimos viviendo desde 2011, con el agravante de que la inflación es cada vez más alta y la economía sigue estancada. La gente ha sido la gran perdedora durante estos años porque el ingreso per cápita, un indicador del bienestar, está en los niveles de 2006. Por ahí tenemos unos meses más de estanflación, pero si sale bien será una recesión corta seguida por un período de crecimiento. Es el escenario al que hay que apostar.
 
Nos esperan meses difíciles, porque el sinceramiento de los precios y del tipo de cambio va a llevar a algunos meses de alta inflación. El desafío es que esos ajustes, que son inevitables, se hagan en el contexto de un programa integral. Pero, aunque se haga bien, hay riesgos y no siempre se encuentra el rumbo en el primer intento. Lo importante es que el nuevo programa sea de largo aliento, genere esperanza, que esta vez vaya en serio y que sea el primer paso para impulsar un período de crecimiento.
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