Se movió con el sigilo de un reptil. Se sentó en su escritorio, pidió informes, escuchó y tomó nota. Transcurría la tercera semana de enero y el mercado estaba inquieto. El Banco Central había iniciado el año con 30.586 millones de dólares de reservas y el 20 de enero ya había perdido 900 millones.
Juan Carlos Fábrega, presidente de la entidad monetaria, anotaba a diario rojos en las cuentas del Central. Eran días donde la voz económica que primaba era la del ministro de Economía, Axel Kicillof. Su receta era simple: devaluar de a poco y no frenar la economía. Con eso, repetía, era suficiente.