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Una propuesta para bajar la inflación

11 Marzo 2016

La inflación se ha convertido en una de las grandes preocupaciones de los argentinos debido a que los aumentos de precios en los últimos meses han rondado el 4 % mensual. Esta situación genera gran ansiedad y la gran pregunta es cómo va a seguir la película.

Es cierto que el país sufre tasas elevadas de inflación desde hace más de diez años y que hubo episodios, como en 2014, en que llegó al 38% anual. Durante los meses que siguieron a la devaluación de 2014 también hubo un período caracterizado por nerviosismo e incertidumbre, con tasas de inflación que llegaron al 5% mensual, aunque luego se estabilizó y cayó a tasas más parecidas a las históricas.

Si bien hay algunas similitudes en la evolución de los precios hoy con respecto a 2014, todo indica que son dos episodios muy diferentes. La situación es mucho más promisoria ahora, especialmente porque hoy la devaluación es parte de un programa económico, mientras que en 2014 el Banco Central se vio forzado a devaluar para defender las reservas internacionales que no paraban de caer.

Además, hoy hay un equipo económico que tiene un fuerte compromiso para bajar la inflación y que a diferencia del anterior acepta el hecho de que si sube la cantidad de dinero, eso implica que a la corta o a la larga también van a subir los precios.

Lo más probable es que la elevada inflación de estos meses se explique por factores puntuales y que por lo tanto empiece a ceder en el segundo trimestre. Deberíamos esperar que comience muy pronto un proceso de desaceleración en la suba de los precios y que las tasas de inflación caigan a los niveles que prevalecían antes de la devaluación y de la suba de tarifas.

Pero volver a dónde estábamos será la parte más fácil. El verdadero desafío va a ser perforar el piso de inflación que se ha enquistado luego de casi una década de tasas del 25% anual y lograr bajarla a un dígito. Eso seguramente no va a ser una tarea simple, especialmente porque la experiencia internacional muestra que tantos años de descontrol en los precios genera una inercia inflacionaria que cuesta mucho vencer.

Una estrategia antiinflacionaria integral debería trabajar simultáneamente en dos ejes. Por un lado tiene que apuntar a corregir los llamados fundamentals, principalmente a reducir el déficit fiscal para asegurar que no sea una fuente de desequilibrios macroeconómicos y que haga falta recurrir al Banco Central para financiarlo. Este esfuerzo tendrá que ser acompañado por una política monetaria acorde.

Pero existe un segundo aspecto que es igualmente importante y que consiste en contar con un ancla nominal que sirva para guiar las expectativas de inflación. Éstas hoy están sesgadas hacia arriba debido a que llevamos más de una década de cultura inflacionaria que afecta la determinación de los precios, los salarios y el tipo de cambio.

El déficit fiscal no es un ancla nominal en sí mismo. De hecho, se puede observar que un mismo déficit fiscal puede llevar a tasas muy diferentes de inflación, dependiendo entre otros factores de cómo se financia éste. Es más, en algunos estudios que he realizado sobre la inflación en América latina se muestra que países que consiguieron reducir fuertemente el déficit no siempre lograron bajar la inflación. En verdad, tener un déficit fiscal pequeño es necesario, pero no alcanza para frenar un proceso inflacionario como el que sufre la Argentina hoy.

Históricamente los gobiernos trataron de influenciar las expectativas inflacionarias utilizando, ya sea el crecimiento de la cantidad de dinero, o la depreciación del tipo de cambio. Sin embargo, estas dos anclas nominales han resultado ser "débiles" o poco efectivas y, en el mejor de los casos, de efecto muy lento cuando se utilizan para combatir tasas de inflación de elevadas.

Sería conveniente buscar un mecanismo que a ayude a coordinar las expectativas, lo que requiere poner un objetivo de crecimiento de alguna variable nominal. Si la cantidad de dinero o el tipo de cambio no parecen ser las variables adecuadas, tal vez tenga sentido buscar otra. Pero como ya dijimos el déficit fiscal no es ancla nominal.

Lo que sí podría funcionar es ponerle un techo al crecimiento del gasto público, que es una variable nominal relevante y que puede impactar sobre las expectativas de inflación. Por lo tanto, la propuesta sería pensar un enfoque antiinflacionario que incluya metas de inflación pero que sea complementado por techos para el crecimiento del gasto público nominal. Es una propuesta que le debería resultar atractiva tanto a monetaristas como a keynesianos. Si creen en el cambio y en que sí se puede, ésta es una buena alternativa.