Press

Prensa

Volver a

Una guerra en la que nadie cree ni se entusiasma

13 Abril 2022

La inflación de marzo, que seguramente superará el 6%, ha encendido todas las alarmas e incluso llevó al Presidente a decir que le declara la guerra a la inflación. Así como el ataque ruso a Ucrania parece tener fallas importantes en lo que respecta a estrategia, logística y armamentos, la que declaró Alberto Fernández sufre de problemas similares.

Si la inflación sigue como en el primer trimestre puede superar el 70% anual. Y lo más preocupante es que está a niveles muy altos a pesar de que no está siendo empujada por subas de tarifas ni del tipo de cambio. Lamentablemente, por ahora el Gobierno se ha limitado a decir que la inflación es un fenómeno multicausal, pero poco ha dicho sobre cuáles son esa multiplicidad de causas, y sobre como atacar cada una para así bajar la inflación.

La experiencia enseña que una estrategia anti-inflacionaria que tenga chances de ser exitosa requiere tres patas. La primera es que tenga buenos fundamentos macroeconómicos, tales como la política fiscal. Si el Banco Central tiene que emitir dinero para financiar al Tesoro una política anti-inflacionaria está derrotada antes de empezar. Tampoco funciona si la emisión monetaria no se controla con firmeza y enfrenta los aumentos de precios. Ningún plan puede funcionar sin disciplina monetaria y fiscal, aunque es cierto que muchas veces con eso no alcanza.

La segunda pata es el ancla nominal que sirve, como su nombre lo indica, para anclar expectativas y guiar a los diferentes actores de la economía sobre cuál es el sendero de inflación que busca el programa. En la Argentina el ancla más fuerte y que tradicionalmente se usó es el tipo de cambio, en gran parte porque parece más efectiva debido al alto grado de dolarización de la economía, pero también podría usarse la cantidad de dinero, dado que existe una relación entre dinero y precios o las metas de inflación que tratan de afectar expectativas para guiar en la formación de precios y salarios.

La tercera pata, especialmente en casos de inflaciones altas y crónicas como la que tiene Argentina hoy, está orientada a lidiar con la inercia inflacionaria que tienen este tipo de economías. Esta incluye una serie de políticas que podríamos llamar genéricamente políticas de ingresos, tales como acuerdos de precios, salarios, tarifas y tipo de cambio. Dentro de estas últimas se podrían incluir medidas como limitar la indexación de contratos, que de extenderse en el tiempo se tienden a mantener la inflación porque los aumentos de precios del pasado se replican en el presente con lo que generan un círculo vicioso difícil de desarticular, o acuerdos de precios y salarios, que nunca son la base de un plan de estabilización, pero que son un complemento sumamente útil cuando son bien usados. En los pocos casos en que han resultado exitosos fueron utilizados para coordinar la estabilidad de precios (como en Israel en 1985) y no como la principal arma para combatir la inflación.

Obviamente, que si a la mesa le falta alguna de las tres patas se cae, y la inflación se mantiene vivita y coleando. La guerra que declaró Fernández tiene una estrategia que se asemeja a una mesa discapacitada que no tiene ninguna de las patas.

Por el lado de los fundamentals se ha hecho poco y nada. Hay una intención de bajar el déficit fiscal, pero esa pata hoy está jaqueada por el aumento del precio del gas licuado y las dificultades que hay en subir tarifas. Por otro lado, sigue sin haber financiamiento externo y el Banco Central tendrá que estar listo para salir al rescate del Tesoro, FMI mediante. Ciertamente no alcanza para fortalecer una posible estabilización.

Por el lado del ancla nominal tampoco hay nada. El año pasado ese trabajo lo hicieron las tarifas que subieron apenas 9% y el tipo de cambio que subió 22% con una inflación que terminó en 51%. Pero ahora no hay espacio para más desajuste. Ya no hay margen para atrasar el tipo de cambio, en realidad habría que mejorarlo, aunque el programa del FMI es generoso con el gobierno y se conforma con que simplemente siga a la inflación. Más atraso cambiario imposible! Y de las tarifas ni que hablar.

Tampoco la cantidad de dinero esta vez es un ancla. El FMI lo propuso en 2018 cuando se fijó crecimiento cero de la base monetaria. En ese caso los resultados fueron lamentables, tanto por su impacto en la inflación, que fue prácticamente nulo, como por el efecto que tuvo en la actividad económica. Además, el mundo ya no cree en metas monetarias porque no son efectivas. La nueva moda es el uso de metas de inflación, aunque este gobierno ni piensa en usarlos, con lo cual tampoco el plan pasaría por ese lado.

Tampoco hay políticas de ingresos que sean abarcativas y puedan ser efectivas para frenar la inercia inflacionaria. Esta pata es probablemente la más débil y sirve si las otras dos son sólidas. Hay acuerdos de precios aislados, que al no estar apoyados en un programa anti-inflacionario global sólo sirven para la tribuna.

El único instrumento que huele a política anti-inflacionaria es la tasa de interés, pero por ahora sigue siendo negativa en término reales, cuando debería ser positiva, está demasiado sola y débil cuando debería ser acompañada por las tres patas y además se usa sin convicción.

En resumen, esta es una guerra que todavía no empezó, que se pelea sin armamento y sin estrategia y en la que nadie cree ni se entusiasma. El diagnóstico es que la inflación es multicausal, por lo que el remedio debería ser un antibiótico de amplio espectro, que por ahora no se ve por ningún lado. En el mientras tanto el enemigo sigue de fiesta.