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Recobrar la confianza, un difícil desafío para el próximo gobierno

21 Junio 2019

Hay países y regiones que no tienen términos medios. En Minnesota, el invierno es gélido y cruel y el verano atormenta con sus altas temperaturas. En promedio están bien, el problema es que están siempre en los extremos.

En la economía argentina pasa algo parecido: nunca estamos en el punto medio, vivimos al compás de las crisis recurrentes que nos agotan, aunque a esta altura ya son rutinarias.

Pasamos de un día para otro de la euforia a la desesperación; de caminar por una tranquila llanura infinita a estar al borde de un peligroso precipicio. Las realidades y los humores cambian en forma repentina, al ritmo del dólar, el riesgo país y la inflación.

No muchos países sufren estas zozobras extremas; somos tristemente diferentes. Un día parece que la inflación está controlada y poco después ya se habla de que podemos terminar nuevamente en una angustiante hiperinflación.

Hay momentos en los que los grandes inversores están ávidos de comprar deuda argentina, en los que parece que el financiamiento es ilimitado y llegamos a colocar bonos a 100 años, para luego ver cómo esos fondos de inversión se desprenden de esos mismos bonos a precios de remate, el financiamiento desaparece y cunde el gran temor a un nuevo default.

También son pronunciados los ciclos de expansión y contracción del nivel de actividad. Pocos países han tenido tantas recesiones como las que tuvo la Argentina en las últimas décadas y casi ninguno vio a sus economías sufrir caídas abruptas y prolongadas como las que nuestro país soportó durante los últimos años del gobierno militar, en la hiperinflación de fines de esa década o en la crisis de 2001.

Tres grandes depresiones económicas en solo 20 años exceden ampliamente lo que un país y sus habitantes pueden soportar.

Lamentablemente, la historia no parece haber terminado ahí. Hace ocho años que el país no crece, que no se crea empleo, que no bajan los niveles de pobreza, que no se domina la inflación. Con estos indicadores es difícil encontrar razones para creer.

En muchos años electorales vivimos la ilusión de que la situación económica mejoraba, pero muy pronto despertábamos, salíamos del ensañamiento y volvíamos a enfrentar la triste realidad de estancamiento y chatura económica. Cabe preguntarnos si la conclusión es que al final somos un país atípico que desafía las leyes y los principios económicos, si podemos a pesar de todas estas frustraciones y desencantos mantener la esperanza o si, lamentablemente, somos un país inviable.

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Este dilema ya lo vivieron otros. Recuerdo un informe del Banco Mundial de fines de los años 50 que describía un país al que se veía con desesperanza, que no crecía, que solo producía bienes primarios y que tenía un nivel de vida comparable con los de los países de más bajos ingresos, que mantenía elevados déficits fiscales financiados con ayuda externa y todo indicaba que estaba destinado a seguir así por décadas.

Esa nación era nada menos que Corea del Sur, que a partir de adoptar políticas económicas saludables llegó a ser hoy una de las más ricas del sudeste asiático.

¿Puede pasar algo similar con la Argentina? Por ahora, parece que estamos dominados por la desesperanza. Si bien la situación es delicada porque la economía está estancada, porque no se crean puestos de trabajo, por las altas tasas de inflación y por el elevado riesgo país, no estamos condenados al fracaso. Todo depende de que el país adopte políticas económicas adecuadas y reglas de juego que ayuden a recobrar la confianza.

La clave para descifrar qué sendero seguirá la economía pasa por un intangible: la confianza, que no se podrá recuperar este año enmarañado por la incertidumbre electoral, pero que puede volver, o no, dependiendo del resultado.

No parece que vaya a ser fácil para ninguno. Si es el kirchnerismo, su pasado lo condena por una pesada mochila con controles de precios que -entre otras cosas- frenaron la inversión; cepo cambiario; controles arbitrarios a las importaciones y a los movimientos de capitales; maltrato a los bonistas; estadísticas surrealistas, etcétera.

Pero también, aunque en menor medida, hay desafíos para Cambiemos porque comenzó con un dream team que prometió soluciones rápidas a nuestros problemas crónicos de inflación, crecimiento, déficit fiscal y atraso cambiario, entre otros, y terminó en la crisis cambiaria de 2018, de la que todavía no nos hemos recuperado.

El gran déficit del gobierno de Macri fue subestimar la magnitud de los problemas y sobrestimar su capacidad de resolverlos rápido. Pero el baño de realismo que le dio la crisis le dejó enseñanzas, que podrá capitalizar si tiene revancha. Sin embargo, hay una gran diferencia.

El kirchnerismo, si quiere ganar confianza para que haya crédito y crecimiento, tiene que cambiar su ADN: sin plata es muy difícil estimular el consumo, subsidiar la energía o aumentar los planes sociales. Si no cambia, y drásticamente, no generará confianza.

El desafío de Cambiemos es distinto: es reconocer los errores (principalmente el gradualismo), tener un buen diagnóstico para frenar la inflación y volver a atraer inversiones, aunque esta vez no pensando en una "lluvia", sino en conquistar día a día nuevos proyectos que vengan seducidos por un país que ofrece oportunidades y un gobierno que con humildad y esfuerzo trabaja para lograrlas.

La Argentina hoy no está al borde de un precipicio, pero puede estarlo. Tiene capacidad de pago, pero si no recupera la confianza y el crédito va a ser difícil honrar la deuda. La Argentina no está encaminada hacia la hiperinflación, pero los errores y los horrores de política económica nos pueden llevar en esa dirección. La Argentina ha hecho gran parte del ajuste macroeconómico y logró dejar atrás las restricciones que había para crecer, pero un nuevo desajuste nos puede llevar a muchos años de estancamiento.

Por Miguel Kiguel