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Lo bueno, lo malo y lo feo que nos deja 2020

05 Enero 2021

Llegó el momento del balance final del año. La mejor noticia es que 2020 ya es historia; pero vale la pena evaluar lo bueno, lo malo y lo feo que nos deja.

De lo bueno hay poco, y tal vez el mayor logro es que podría haber sido peor de lo que fue. Se pudo pasar el invierno, no hubo hiperinflación, se implementaron programas como el IFE y los ATP para paliar los efectos de la pandemia, no hubo desbordes sociales, la economía se está recuperando y todavía hay esperanza de que haya un programa con el FMI que ayude a retomar el crecimiento y bajar la inflación.

Un actor importante fue el Banco Central, tuvo un logro no menor: evitar que se escape la inflación. Es cierto que no tuvo una buena estrategia para defender las reservas ni para el manejo cambiario, pero hay que reconocerle que, a pesar de haberle tocado la tarea titánica de financiar dos billones de pesos al Tesoro, evitó un desborde de la emisión monetaria que hubiera puesto a la inflación en alerta roja.

De lo malo hubo de sobra; recesión, inflación, pandemia, cuarentena, pobreza, desempleo, déficit fiscal, brecha cambiaria, cepo, default y restructuración de la deuda, reservas internacionales y no recuerdo cuantas cosas más. Ha sido un año para olvidar, aunque lamentablemente todavía resta un gran esfuerzo para remontarlo.

Lo feo ha sido que la política económica ha ido de mayor a menor durante el año. La respuesta inicial a la pandemia podría decirse que fue adecuada y en muchos aspectos similares a las de otros países. Asistencia fiscal y crediticia a empresas e individuos que sufrieron los efectos de la pandemia/cuarentena.

Pero a lo largo del año, y en la medida que la actividad económica se recuperaba, el gobierno en vez de salir de los cepos cambiarios y de precios y de regulaciones que complican el funcionamiento del sector privado, lo que hizo fue profundizar esos controles y aumentar el nivel de intervención conspirando contra una economía que se podía encaminar hacia la normalidad.

Medidas como aumentos regresivos y caprichosos de impuestos, controles de precios, congelamiento de tarifas representan pan para hoy y hambre para mañana. Las decisiones de política económica parecen gobernadas por el cortoplacismo; mirando las próximas elecciones en lugar de pensar en el bienestar de las próximas generaciones.

También han sido un problema las idas y vueltas, como el hecho de empezar la restructuración de la deuda diciendo que iba a ser a la uruguaya y terminar con un diseño autóctono, como los anuncios de aumentos de tarifas para que acompañen la inflación a finalmente ponerlos en suspenso, o como el intento de expropiación y luego la vuelta atrás en el caso de Vicentin. Estas idas de vueltas afectaron la credibilidad y la confianza en el gobierno y complican las decisiones de inversión.

También en el año hubo algunas oportunidades perdidas. La más importante fue el acuerdo de la deuda, que era la oportunidad para recobrar el crédito, al menos para el sector privado y algunas provincias, y para abrir el camino a la baja de la brecha cambiaria y al relajamiento del cepo.

Pero el tiro salió por la culata ya que a los pocos días de haberse cerrado el acuerdo subió fuertemente el riesgo país y nunca más bajó, mientras que la brecha cambiaria se disparó a niveles insospechados y requirió de un cambio en la estrategia de intervención en el mercado para calmarla, aunque se mantiene en niveles muy elevados y no da muestras de seguir bajando. ¿Por qué el acuerdo no fue el punto de inflexión que se buscaba?

No hay una respuesta única, y ni siquiera una del todo clara. Por un lado, hubo dos medidas que generaron desconfianza justo cuando lo que se buscaba era lo contrario: un endurecimiento del cepo que forzaba refinanciaciones de vencimientos de capital de empresas privadas que claramente desalentaba nuevos préstamos a la Argentina y una segunda que declaraba servicio público a las telecomunicaciones y los servicios de internet, que se vio como un deja-vu de la pelea con el grupo Clarín con el aditamento de que se ponían en riesgo inversiones en un sector clave para el desarrollo del país.

Además, justo en agosto se envió al Congreso un presupuesto con un déficit primario de 4,5% del PBI, que para el mercado era a todos luces poco ambicioso y difícil de financiar. Por último, un factor no menor, es que la oferta que finalmente fue aceptada dejó un gusto amargo en los inversores porque se quedaron con bonos que en la práctica no pagan cupones de intereses por varios años, lo cual los hace poco atractivos y dificulta evaluar el compromiso de la Argentina de honrar la deuda y de no entrar en otro default.

El 2020 deja una pesada herencia, y pocos recursos para salir de la trampa de la estanflación. La salida de la crisis va a llevar tiempo, y lamentablemente falta un plan que vaya más allá de medidas espasmódicas que busquen controlar precios, defender reservas o redistribuir ingresos.

Un sector público que está quebrado no tiene los recursos para ser el motor del crecimiento. La clave pasa por crear las condiciones para que el sector privado lidere el crecimiento, con inversión y espíritu emprendedor.

La opción es diseñar un plan económico para recuperar la confianza y resolver los desequilibrios cambiarios, fiscal, monetario y la falta de reservas sin que haya un deterioro en la situación social, que ya es preocupante.

Cualquier plan económico necesita tres patas para que funcione. En primer lugar, es necesario que sea integral y consistente desde un punto de vista técnico. El programa con el FMI puede ser un buen punto de partida para diseñarlo. En segundo lugar, va a tener que tomar en cuenta la situación social y disponer de mecanismos para proteger a los sectores más vulnerables de la sociedad. Por último, y no menos importante, el plan va a necesitar de un fuerte liderazgo político, porque habrá que tomar decisiones difíciles, que seguramente van a tener muchos detractores y afectará intereses creados.