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Marcó del Pont, un año al frente del BCRA

30 Enero 2011

Diario La Nación



Asumió en medio de la crisis que provocó la salida de Redrado; hoy la critican por haber acelerado la dinámica de los precios, y la presionan para emitir billetes de más de $ 100

Inflación; falta de billetes; vuelos apurados de Hércules de la Fuerza Aérea cargados de fajos de $ 100; salideras bancarias; dólar quieto; tasas planchadas; créditos para el sector productivo; Fondo de Desendeudamiento... Atrás, muy atrás, quedó la discusión del uso de reservas del Banco Central (BCRA) para el pago de deuda que determinó la salida de Martín Redrado. Pasó un año desde que Mercedes Marcó del Pont asumió la presidencia del BCRA. Y en ese tiempo ya se volcó contenido suficiente como para abrir el debate sobre la gestión de esta economista heterodoxa, con máster en la universidad de estadounidense de Yale, que ya dejó su huella por ser la primera mujer en ocupar ese cargo.

Como presidenta de una entidad que tiene en su carta orgánica la misión primordial de "mantener el valor de la moneda", no hay dudas de que el flanco más débil que hoy tiene su gestión es el de la inflación, fenómeno que precisamente le resta poder al peso. Ya sea medida por el Indec -que informó que el IPC subió 10,9% en 2010-, o por analistas privados -que estimaron un suba del 25%-, la inflación argentina es de las más altas del mundo (sólo detrás de Venezuela). Y esto, en tiempos en que el consenso general -tanto países desarrollados como en desarrollo se esfuerzan por mantenerla debajo de los dos dígitos-, es que una inflación alta daña sobre todo a los que menos tienen.

"El problema central de la gestión es el que tema inflacionario no lo toma como propio y eso contrasta con la visión de todos los bancos centrales del mundo y de su propia carta orgánica", opina Miguel Kiguel, presidente de Econviews.

Los economistas, según el perfil ideológico, le atribuyen a Marcó del Pont distintos grados de responsabilidad en el fenómeno. Al fin y al cabo, fue durante su mandato que el BCRA pasó de inyectar pesos a la economía de un ritmo del 19% anual al 32%. "Con una emisión del 30% es difícil tener una inflación del 7%. Lo que no quiere decir que una emisión del 30% genera una inflación del 30%, porque hay que deducirle el crecimiento real de la economía. En otras palabras, una parte de los pesos que se emiten son demandados por la economía y solo parte va a inflación", dice Miguel Bein, del Estudio Bein y uno de los economistas consultados más conciliadores con el BCRA. Aún así, según sus cálculos, la emisión actual convalidaría una inflación del 15 por ciento.

Más crítico, Luciano Laspina, economista jefe del Banco Ciudad, considera que el BCRA tiene una actitud entre "pasiva y prescindible" frente al problema de la inflación, que, aclara, se arrastra desde la administración Redrado. Señal de ello, dice, es que hay "una clara negación del problema" y que se incumplió en dos ocasiones en 2010 con las metas establecidas en el Programa Monetario. El programa es una hoja de ruta que se fija el BCRA a comienzos de año, y que tiene metas sobre la cantidad de dinero que debería tener la economía cada trimestre (conocidas como "M2"). Estas metas sirven para anclar las expectativas de inflación de los distintos actores económicos y se utilizan como pauta, por caso, en las negociaciones salariales.

Habiendo asumido su cargo en febrero, Marcó del Pont heredó el programa elaborado por Redrado. En agosto, la economista que supo militar en el desarrollismo, modificó su meta de M2 privado (que contempla la sumatoria del dinero en circulación más el que está depositado por parte del sector privado en cuentas a la vista en bancos), para ampliarla del 19 al 29,9%. Pero, llegado diciembre, también la incumplió (terminó en el 32%).

"Lo primero que tiene que haber es un diagnóstico de por qué suben determinados precios. Los economistas ortodoxos ven raíces monetarias o que hay un exceso de demanda que genera inflación en la Argentina. Lo que proponen en última instancia, aunque se cuidan de decirlo, es enfriar la economía", se defiende Marcó del Pont, consultada por La Nacion. "Pero si se recurriera al enfriamiento de la demanda podríamos tener un crecimiento menor sin que esos precios bajen, porque hay una correlación enorme entre el comportamiento de los precios internacionales [como los alimentos] y los precios internos. ¿La solución entonces es enfriar la economía? No. ¿Cómo puedo contribuir desde el BCRA? Buscando actuar por el lado de la oferta", dice, en referencia al crédito y a la inversión.

Desde el BCRA aseveran que en esa línea es que se decidió el lanzamiento del Programa de Financiamiento Productivo del Bicentenario, una línea de créditos blandos para proyectos de inversión, de la que ya se realizaron tres licitaciones por $ 1025 millones. Este esfuerzo poco impacto tuvo sobre el total del crédito privado que, con un sesgo hacia el consumo, se mantiene en torno al 12% del PBI, uno de los ratios más bajos de la región (Brasil llega al 45% y Chile, al 80%).

"Creo que lo ideal es converger a niveles más bajos de precios, sobre todo en algunos sectores. Pero uno advierte que en los trade-off hay cuestiones que no se van a resignar: no se va a apreciar nominalmente el tipo de cambio, ni enfriar la economía", agrega Marcó del Pont.

Más de una vez, la presidenta del Central expresó su deseo de modificar el artículo 3° de la Carta Orgánica de la entidad (lo hizo incluso cuando era diputada por el Frente para la Victoria) para ampliar el objetivo explícito de mantener la inflación a raya, con el de "promover la actividad económica y preservar el empleo". En la práctica, hoy el BCRA ya estaría actuando acorde este deseo de cumplir con múltiples objetivos, dice Maximiliano Castillo, director de ACM Consultores y ex gerente del BCRA. "El problema es cuando hay conflicto de objetivos, ¿cuál prevalece?. Da la sensación de que el de la inflación está relegado".

A su vez, consecuencia de la inflación se le estaría complicando al Central el objetivo de mantener un tipo de cambio competitivo. Desde el entorno de Marcó del Pont, dicen que todavía hay mucho margen, pero economistas como el ex presidente del BCRA Roque Fernández, advierten que la tendencia es de una apreciación cada vez mayor del peso frente a las monedas de otros socios comerciales. Dada la dinámica de los precios, el BCRA tiene cada vez menos margen para actualizar el tipo de cambio, que parece haber asumido el rol de ancla contra las expectativas inflacionarias.

A lo que se suma otro problema. Ramiro Castiñeira, de Econométrica, dice que las anteriores administraciones del BCRA compraban dólares para sostener el tipo de cambio y sumar reservas. Pero entonces, había un Tesoro con superávit fiscal, y las intervenciones cambiarias no tenían el impacto monetario de hoy. "Ahora el BCRA emite para comprar dólares y para financiar al Tesoro. Son dos factores de expansión monetaria, cuando antes había uno, porque el superávit hacía que no fuera necesario pedirle financiamiento al BCRA", dice Castiñeira, para quien el BCRA hoy está "desbordado de objetivos".

En el BCRA se habla de "contribuir a la política de desendeudamiento del Tesoro con el mercado". En rigor, en la gestión de Marcó del Pont, al Tesoro no sólo se le dieron los US$ 6500 millones de reservas que se negaba a liberar Redrado, sino que ya está previsto que este año se le transfieran otros US$ 7500 para el pago de deuda en moneda extranjera. También se le dieron utilidades del BCRA por $ 19.500 millones, a los que sumarían $ 15.000 este año; casi todos pesos que nuevos que se incorporan al circuito.

"Marcó sigue líneas de dependencia del Ejecutivo. El meollo de la cuestión está ahí. Porque la realidad política es que ella no ejerce como técnica, si no que ejerce un mandato donde otro da las discusiones técnicas. En un momento fue Néstor Kirchner, durante este último tiempo no se sabe. Pero la gestión no es autónoma", opina Fernández.

Aunque Marcó fue designada por Cristina Kirchner en septiembre por un mandato de seis años (hasta entonces estaba completando el de Redrado), su pliego aún duerme en el Senado. Para los legisladores, el visto bueno no depende del balance de gestión, más bien del signo político que domine tras las elecciones.