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Paradojas de la inflación: Por qué no se dispara; por qué es insostenible

16 Enero 2011

Diario La Nación

La constante y elevada suba de precios no derivó esta vez en hiperinflación gracias a las reservas, la situación fiscal y la bonanza externa, pero es intolerable porque desalienta el crédito y la inversión, y enciende tensiones sociales.

Se metió en todos los bolsillos. Se coló en la mayoría de las conversaciones, sea en mesas de bares o en conferencias de economistas. Está presente en todos los comercios, no importa el rubro. Eso sí: jamás habrá un funcionario del Gobierno que pronuncie la palabra prohibida para el kirchnerismo: "inflación". De ella se trata.

La inflación se ha convertido en parte del paisaje del país, al punto que existe cierto acostumbramiento a convivir con ella. Ahora bien, la historia inflacionaria argentina siempre hizo temer que cuando el aumento generalizado y constante de precios -como se la define- llegara a un 20 o 25% anual, la cosa se iba a desmadrar. Los temores de una corrida inflacionaria siempre rondaron las mentes criollas. Pero no ha sido así y son pocos los que creen que se pueda gestar una espiral inflacionaria.

Y si no se dispara; si el consumo crece; si los sueldos aumentan -algunos más otros menos que la inflación, pero todos van para arriba- y la economía avanza a tasas chinas, ¿no será conveniente mantenerla? La respuesta está en algunos problemas graves que se gestan a velocidad constante debajo de la alfombra. Se podría resumir con crudeza en un puñado de conceptos. Falta inversión (¡y faltará más!), falta crédito (¡y faltarán más!) y cada vez hay más pobres (¡y habrá más!).

Dos preguntas desvelan a los economistas. ¿Por qué no se dispara? ¿Por qué es insostenible mantenerla? Varios son los políticos que, lanzados en un año electoral, tratan de explicarse qué pasa con este fenómeno que no aparece como prioridad uno para el ciudadano de a pié, según las encuestas de opinión (antes figuran la inseguridad o el desempleo). Claro que en las charlas entre economistas y políticos siempre se suma un cuestionamiento más: ¿cómo se sale?

La Argentina terminó 2010 con una inflación que superó el 25%. Según la consultora Ecolatina, una de las que sigue la evolución de precios, el índice acabó el año en el 26,6%. El número llevó a decir a los analistas que el aumento de precios se tornó un problema crónico. "La tasa registrada se ubicó 11,3 puntos porcentuales por encima del dato de 2009 y fue la mayor desde la devaluación", finaliza diciendo el trabajo de la consultora fundada por Roberto Lavagna.

Sentado en su despacho del microcentro porteño, un ex presidente del Banco Central explicaba los porqués del fenómeno. "No se dispara porque [Néstor] Kirchner entendió que hay que tener muchas reservas en el Central; porque la cuestión fiscal, más allá de haberse deteriorado un poco en el último tiempo, aún es manejable y, finalmente, porque el contexto internacional es muy benigno con el país."

La explicación del economista tiene sus números detrás. Desde que Kirchner llegó al poder, en 2003, las reservas internaciones que atesora el Banco Central pasaron de US$ 13.810 millones a 52.145 millones a fines de 2010, según datos de la entidad monetaria. Los dólares en el tesoro del Central son una fenomenal herramienta para manejar el valor de dólar y evitar cualquier corrida que pueda causar inflación.

Respecto de la cuestión fiscal, Nadin Argañaraz, presidente del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf), dice que el resultado fiscal ya no es superavitario. De aquel 2,6% del PBI al que llegó el superávit en 2004 se pasó a un -0,6% en 2009 y se estima que en 2010 también se repetirán números rojos. Pero claro: tampoco se está necesitando mucho financiamiento -salvo el que algunas agencias estatales le hacen al Tesoro- para pagar sus obligaciones. Eso, según el economista consultado, es otra de las fortalezas que hacen posible que la inflación no crezca. Y por último, la balanza comercial mide lo que se compra en el exterior y lo que se vende fronteras afuera.

De acuerdo con datos de Orlando J. Ferreres, compilados en el libro Dos siglos de economía argentina , en 2003 hubo un superávit de la balanza comercial de US$ 15.733 millones y en 2009 la cuenta llegó a 16.979 millones. Para 2010, según el relevamiento de expectativas del mercado (REM), estará en 13.645 millones. Fortalezas que diferencian a esta época de otras.

Hernán Lacunza, ex gerente general del Banco Central en épocas en que Martín Redrado era su presidente, dice que no hay espiral inflacionaria porque al anclarse el tipo de cambio nominal, no se convalidan expectativas desmesuradas respecto a los precios. "Igualmente, es un equilibrio inestable, ya que el progresivo deterioro de la competitividad por la apreciación real del peso terminará afectando la producción y la creación de empleo", sostiene.

Pablo Guido, analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Cadal), recuerda que, en otros momentos, la Argentina pasó directamente de esta inflación a otras mucho mayores, incluso a la hiperinflación. El economista recuerda que la Argentina vivió de 1945 a 1974 con un promedio anual de inflación del 25 al 30%, con oscilaciones que van desde un 4% en 1953/4 y 1968 al 115% de 1959. En 1974, la inflación orilló el 35% anual para crecer al 350% al año siguiente. En 1988, los precios aumentaron un 385% y al año siguiente se desató la hiperinflación del 5000%. "Esto quiere decir que la variación de los precios no depende solamente de los cambios en la oferta monetaria, sino también en la demanda de dinero", explica Guido.

Pagan todos

Pero más allá de dar cuenta de por qué no explota, la gran pregunta es si se puede mantener vivo el virus inflacionario dentro de la economía sin ningún efecto para la salud. Y la respuesta es unánime. ¡No! Más allá de la costumbre, los rincones de la economía crujen si se mantiene la suba de precios.

El principal riesgo es el deterioro social. "Aumenta la inequidad. No hay impuesto más regresivo que el inflacionario. Los sectores de menores recursos no tienen acceso a instrumentos financieros sofisticados para defender el poder adquisitivo de sus ahorros y de sus ingresos", dice Lacunza. Es el juego del todos pierden.

Enrique Dentice, economista de la Universidad de San Martín, dice que todas las inflaciones son malas. Pide que no se lo malinterprete y luego sostiene que ésta no es una inflación peligrosa y que es manejable. "Dicho esto, le digo ahora que es necesaria bajarla y que hace falta una política antiinflacionaria que vaya más allá del ancla del tipo de cambio", opina.

Otro de los problemas solapados que expone una inflación sostenida es que hace crujir los niveles de inversión. Actualmente, según número de la consultora Abeceb, está en alrededor de 22 puntos del PBI. No es mala, pero no es de buena composición, ya que hay poco en infraestructura, energía o industria, por ejemplo y mucho en construcción. Más problemas de calidad que de cantidad.

Una inflación como la actual espanta la inversión de largo plazo. "No hay fábricas nuevas, sino sólo ampliaciones", repite el ex presidente del Banco Central citado. Palabras más, palabras menos, con él concuerda la mayoría de los economistas que miran la industria argentina.

Argañaraz dice que es crucial que disminuya la magnitud que el financiamiento al sector público adquirió durante 2010. "Debiera evitarse el retorno de la emisión monetaria para financiar desequilibrios fiscales. La experiencia indica que se transforma en un fenómeno cada vez más difícil de manejar, con consecuencias negativas sobre la tasa de inflación." Para Lacunza, la solución no es devaluar, sino bajar la inflación, y Dentice cree que tendrá que haber salidas graduales.

Mientras tanto, se juega al juego del todo sube y todos pierden, al ritmo de la falta de billetes y de la continua pérdida de valor de los escasos que hay. Federico Bragagnolo, de la consultora Econviews, dice: "La Presidenta perdió la oportunidad del Bicentenario para lanzar un billete de $ 200, pero aún puede apelar a la ausencia de próceres mujeres en los billetes en circulación para justificar el lanzamiento de uno de 200 o 500, y dar por terminado un problema que nunca debió haber existido.