Las proyecciones del organismo, una de cal y una de arena

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El FMI dio a conocer las nuevas proyecciones económicas que muestran una mejora en el crecimiento de la economía mundial, aunque ese panorama favorable no se extendería a América latina, donde se espera una leve tasa de crecimiento de apenas 1,1% para este año y de 2% para 2018.

Nuestra región parecería seguir afectada por el deterioro en los precios de las materias primas y por los problemas que sufre la economía de Brasil, que sigue sumergida en una profunda crisis política y que en los últimos dos años acumula una caída de alrededor del 8% en el nivel de actividad. Para este año, Brasil mostraría un anémico crecimiento de sólo 0,2%, que si bien marcaría un punto de inflexión luego de ocho trimestres consecutivos de caída en la actividad, no alcanza para darles impulso a nuestras economías, que en su mayoría han visto caer las tasas de crecimiento a la mitad de las que gozaban hace cinco o seis años: Chile, al 1,7%; Perú, al 3,5%; México al 1,7%, y Colombia, al 2,3%.

La Argentina no es ajena a esta nueva realidad, aunque seguramente va a estar muy por encima del promedio de la región. El FMI proyecta un crecimiento de sólo 2,2% para este año, un número que parece bajo, dado que cada día hay más indicaciones de que esta vez la recuperación se está consolidando. Hay brotes verdes en el campo, en la construcción, en la energía, en la venta de automotores, en el empleo y, más recientemente, en el consumo. Si bien es cierto que siguen siendo sólo brotes verdes y que todavía no tienen la fuerza de una clara reactivación, el hecho de que estos brotes se vayan expandiendo a otros sectores y que no se hayan secado da espacio para ser optimista respecto del nivel de actividad para este año.

Lo más probable es que el FMI haya sido muy conservador en su estimación y que el PBI crezca en el orden del 3% este año, y algo más el año que viene, alrededor del 4% (muy por encima del 2,3% que proyecta).

Uno podría decir que nuestras proyecciones pecan de optimistas, aunque argumentaría que en verdad son realistas, principalmente porque durante el primer año del gobierno de Macri se removieron los principales obstáculos que frenaban la actividad económica: la falta de crédito externo, la escasez de reservas internacionales, las dificultades para acceder a divisas para realizar pagos al exterior o para obtener insumos importados o la escasez de energía. Hoy la Argentina volvió a ser un país normal, con el potencial de poder crecer por muchos años, aunque 2016, en el que se reacomodaron las principales variables económicas, fue duro y recesivo.

El FMI también anunció su proyección de inflación, que es de 21,6% para este año y de 17,2% para el año próximo. Estos números parecen ser realistas y están en línea con el consenso que existe hoy entre los economistas. La meta del Banco Central, que sigue siendo del 17%, parece muy difícil de lograr, especialmente porque en el primer trimestre la inflación llegó al 6,3%. Hay que tener en cuenta que durante este período el tipo de cambio se apreció alrededor del 4% y que todavía faltan aumentos en el gas (que vendrá en dos tramos) y en el transporte (que en algún momento habrá que hacerlos). Y que además el tipo de cambio seguramente va a recuperar parte del “camino perdido” cuando termine la cosecha gruesa y se acerquen las elecciones.

De cualquier manera, lo importante es que la inflación este año va a ser la más baja de los últimos siete años, que va a mostrar una impresionante caída de 17 puntos porcentuales (fue 38% el año pasado) y que hay consenso de que la Argentina en forma gradual pero segura se encamina hacia una inflación de un dígito.

Hacer proyecciones es difícil, especialmente cuando se trata del futuro (como decía Mafalda). Pero dentro de esta incertidumbre todo indica que la Argentina empezó un nuevo ciclo en de crecimiento sostenido (aunque a tasas moderadas) y de una reducción de la inflación.

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